La Sierra del Alba

Presentación de la reedición del libro de Avelino Hernández

lib_037aFueron unas 60 personas las que nos juntamos a la presentación de dicho libro. La mayoría de Sarnago, como no podía ser de otra manera, pero también de San Pedro, Trébago, Soria, Valdegeña y otros pueblos de la comarca. Pasados unos minutos de las 18,30 horas, comenzó el acto propiamente dicho.

En primer lugar tomó la palabra el presidente de la Asociación  Amigos de Sarnago (José Mari Carrascosa), muy brevemente pasó a explicar como, César Sanz, en un encuentro en Soria, le propuso presentar el libro en Sarnago a lo cual accedió encantado “¿Dónde se podía encontrar un lugar más acorde con el tema de la novela?”. Hizo un breve comentario de su experiencia particular con este libro, que reconoció haber releído en varias ocasiones y en cada una de ellas ha encontrado cosas nuevas, todas muy emotivas e interesantes.

Pasó la palabra al fotógrafo César Sanz, a la postre coorganizador del acto como secretario de la Asociación de amigos de Avelino. Comenzó su intervención recordando la figura de Avelino y sintiéndose un poco fuera de lugar al estar sentado a este lado de la mesa, porque como reconoció “ la oratoria no era su mejor forma de expresarse”. Seguidamente leyó una carta de Abel Hernández excusando su asistencia y lo mucho que sentía no poder acudir a este acto tan entrañable. A continuación hizo lo mismo con otra misiva del escritor soriano Pepe Sanz, en la que catalogaba el libro, y por supuesto al autor, como un referente de la cultura soriana.

La mesa de la presentación con sus ponentes.

César Millán

En el turno de la palabra del crítico y librero César Millán, hizo una amplia exposición del contenido del libro. Explicó como se había cambiado la portada, se había buscado una más acorde con el argumento de la novela. Pasó a reconocer que de no ser por esta obra seguramente nunca hubiese descubierto Tierras Altas y por tanto se hubiese perdido de la belleza de los paisajes  y de sus gentes. Hizo un encendido homenaje al libro, al que catalogó como referente y de obligada lectura para conocer estas tierras, una de las más olvidadas dentro de la provincia. Al final de su intervención catalogó de grandes logros los que los vecinos de Sarnago estaban consiguiendo en la rehabilitación del pueblo en general y de sus viviendas en particular. Como punto final leyó el pequeño párrafo que Avelino dedicó a Sarnago, en el que relata donde acabó el último vecino del pueblo.

Teresa Ordinas, viuda de Avelino Hernández.

Como colofón tomó la palabra Teresa Ordinas, viuda de Avelino. Con una gran emoción nos deleitó con unos pasajes del libro, preparados para la ocasión.

Nuestro amigo Iñaki nos relató su experiencia particular con esta obra. Como por casualidad cayó en sus manos este libro, después de leerlo en varias ocasiones,(llegando a obsesionarse) acabó comprándose una moto para recorrer todos y cada uno de los pueblos relatados en la novela.

Miguel Ángel San Miguel y Bonifacio hicieron una encendida exposición sobre el abandono de los pueblos y recalcando que Sarnago NUNCA ha estado abandonado y del esfuerzo que ha supuesto para los que venimos al pueblo poder conservar y restaurar casas, museo, cementerio, lavadero, etc.

Al finalizar el acto, se obsequió a todos los asistentes con un vino y unos aperitivos, preparado para la ocasión por la Asociación Amigos de Sarnago. Este vino sirvió para confraternizar e intercambiar saludos y experiencias con todos los que nos acompañaron, haciendo conocidos y amigos.

LA SIERRA, un viaje de ida y vuelta.

César Sanz

En años de infancia, la Sierra era la montaña, a veces verde, a veces morada, pero siempre inmensa, que escondía a mi vista los pueblos y caminos de los que provenían mis mayores.

Siempre interesantes, las historias que nos contaban mis padres traslucían un algo de misterio y de añoranza que no parecían tener las historias que hablaban de nuestro pueblo. Un algo que, aun siendo niño, me hacía percibir un sentimiento de respeto y, ahora lo sé, de admiración por aquellas personas que vivieron , y entonces vivían aún, de un modo austero y apegados a costumbres curiosas.

Pero la Sierra siempre se presentaba infranqueable para un niño sin arredros para culminarla y pasar del valle del Tera al valle de las Merinas, hollando los senderos yangüeses sobre la Sierra de Montes Claros y de la Sierra del Alba.

Después, en tiempos de adolescencia rebelde y arrogante primera juventud, me olvidé, casi apostatando, de la Sierra. Aquellas gentes y aquellos modos de vida me parecían poco menos que inferiores en una escala social en la que primaban las luces de neón y los pasatiempos de moda. No había hueco en mi agenda de sentimientos para personas y actos que se habían quedado anclados, a mi entender, en el pasado.

Tuvieron que venir lustros de madurez y medios de locomoción propios para acercarme, sobre todo por curiosidad, hasta los lugares de los que nos hablaban las historias que desgranaban los padres en las noches frías, al amor de la lumbre y bajo la luz azulona del candil de carburo.

Y así comenzó mi conversión, mi reencuentro con la Sierra. Porque tras cada viaje, al toparme con los rescoldos de los camposantos, con las casas y calles precintadas por zarzales, con silencios sólo rotos a intervalos por el ventalle, evocaba las voces paternas y caía en la cuenta de que todo lo contado y oído era verdad. Que aquella tierra, bendecida por una inconmensurable naturaleza, se había vuelto hostil con sus hijos, como si quisiese retornar a su pasado inhóspito para el hombre y apetecido para los dinosaurios.

En esas estaba cuando conocí al Avelino a través de sus primeros libros. Primero SILVESTRITO, luego UNA VEZ HABÍA UN PUEBLO y después, cuando acababan los ochenta del siglo pasado, LA SIERRA DEL ALBA. Y tras su último párrafo me ganó para siempre para su amistad y para el amor a la Sierra. Porque me agrandó fronteras desgranando sobre el papel la letanía de pueblos por los que había pasado el ángel exterminador del abandono. No lloraba sólo de pena, lloraba también de ternura.

He vuelto una y otra vez a esos lugares, hoy casi sagrados para mí, en los que abrevo la belleza de sus soledades y me fustigo, en la parte que me toca, por no haber sabido mantener encendida la llama de aquella tierra con regazo de madre y modales de madrastra.

Soy consciente de que aquellas gentes y su forma de entender y aguantar la vida, no volverán. Pero también sé que esta reedición de LA SIERRA DEL ALBA, va a reverdecer sentimientos y a través de ella vendrán hasta la Sierra gentes nuevas que, estoy convencido, sabrán comprender que están pisando las cenizas de nuestros mayores. Nada menos. Yo no lo olvido, ni tampoco olvido a mi amigo del alma, el Avelino, que me enseñó a querer más y mejor una tierra a la que él también amó con corazón sincero.

César Sanz

Carta leída por César Sanz en la presentación del libro.

Más información y críticas en la web de Isabel Goig

Iñaki Ustarroz y Marcos Carrascosa

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