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    El jueves, 23 de agosto, y dentro de la Semana Cultural organizada por la Asociación de Amigos de Sarnago, tuvo lugar la presentación de la novela “Ha muerto un mendigo”, de Isabel Goig Soler. El libro, realidad y ficción a partes desiguales: más lo segundo que lo primero, parte de un hecho real vivido por la autora a la vuelta de uno de sus muchos viajes a Tarragona. Transcurre entre esa ciudad mediterránea, Soria y Valladolid. La muerte de un mendigo a manos de otro, noticiado en su día por El Norte de Castilla, es el hilo conductor de esta historia donde la autora, necesariamente, ha de inventarse la personalidad del joven que ella cogió haciendo auto-stop. El ligero acento argentino en uno de los descuidos de su mendigo, le lleva a conformar la ficción.

Pincha AQUÍ para ir a la web de la autora.

   Por otro lado, esa tarde pudo escucharse una Suite sinfónica en seis tiempos sobre una antiquísima tradición: Las Móndidas, ritual extendido por la comarca de San Pedro Manrique, que tiene su epicentro en la propia Villa, pero que todavía pervive con mucha fuerza en La Ventosa de San Pedro, Matasejún y, muy especialmente, en Sarnago, alrededor de las cuales tiene lugar la Semana Cultural.

   La música, mezcla de estilos, ha sido compuesta por el maestro Manuel Castelló Rizo, natural de Agost (Alicante), pero muy vinculado a Soria por matrimonio y, especialmente interesado en la comarca de Tierras Altas, sobre la que ha compuesto numerosas piezas musicales.

   Los seis tiempos de la Suite son: “Las Móndidas”, de estilo Romántico. “La alfombra o Paso del Fuego”, modo descriptivo. “Los Cestaños y los Arbujuelos”, (con flauta de pico y clavecín), modo neo-barroco. “Pingar el mayo” y “Las Cuartetas”, estilo descriptivo. “La Descubierta”, música descriptiva. “La Jota”, danza popular española. La música va acompañada de unos textos de la escritora Isabel Goig que fue la encargada de leerlos.

Textos que Isabel Goig hizo para esta obra musical:

(Pincha sobre los títulos para poder escuchar las diferentes piezas)

1.- Las Móndidas

Limpias, purificadas, sacerdotisas, las muchachas sampedranas, visten (ceremonial compartido con las familias) impolutos trajes blancos rematados de bordados y puntillas. El acto de vestir a la móndida o monda, es ritual, lento, nervioso a veces, como se viste a una novia. Un ramo anuncia, delante de sus moradas, que de allí saldrá una móndida, una canéfora, una joven que va a ofrendar a las vírgenes o santos, lo que las sacerdotisas que las precedieron portaban a Deméter o a Ceres, la misma diosa, una griega, la otra romana. Las protectoras de las cosechas y de la fecundidad. Cubren en parte el albo vestido ceremonial con un mantón, aportación moderna. San Pedro Manrique, capital de la Sierra de la Alcarama, se vuelca, año tras año, con estas muchachas encargadas de agradecer la bondad de las cosechas y de recibir a la estación del año más deseada. Matasejún, Sarnago y La Ventosa comparten con San Pedro tan hermosa tradición.

2.– La alfombra de fuego

Fiesta del solsticio quizá tan vieja como el mundo, el roble consagrado a Júpiter, el cumplimiento de una promesa, entramado de ritos que se unen para mostrar a los presentes, y sobre todo a ellos mismos, cómo se desafía al fuego. Mil kilos del sagrado árbol para una pira convertida en alfombra que permita los siete pasos que cada hombre –y algunas mujeres- darán sobre las ascuas, alisadas una y otra vez, por los urguneros, tantas como pasadores cumplan el rito. Los de fuera se queman, dicen los sampedranos, y no sabemos qué pensamientos cruzarán por la cabeza y el corazón de estos bravos hombres, mientras miran, quizá sin ver, las ascuas rojas. Solos o con las móndidas sobre los hombros, los pasadores, seguros, altivos, sabedores de que gracias a ellos seguirán vivas las costumbres, dan los siete pasos reglamentarios, cumplen la tradición y la promesa hecha a la divinidad por algún favor recibido.

3.- Los cestaños y los arbujuelos

(El maestro Castelló ha conseguido la delicadeza de esta pieza haciéndola ejecutar con flauta de pico y clavecín)

Delicados cestaños, cestas del año, o canastos coronados de flores y de mirto en Sarnago, son portados sobre las frágiles cabezas de las móndidas. Cintas, flores y bordados sustituyen a los productos de la tierra, cereales y frutas, portados por las Mondas de Talavera en carros, por las de Sarnago y Matasejún en forma de rosco debajo del cestaño, y en todos los casos para agradecer a la tierra y a su diosa los beneficios, la vida, imposible sin ellos. Así lo hicieron las vírgenes de Eleusis, cinco siglos antes del cristianismo, esculpido para la posteridad en la cariátide de su megaron.

Y sobre los cestaños portan los arbujuelos o arguijuelos, ramas de árboles revestidas de pan azafranado, ofrenda máxima ante la divinidad, en el caso de San Pedro a la Virgen de la Peña y a las autoridades, quienes lo reciben en nombre de esa virgen milagrera que representa a otras mucho más antiguas, remotas, como la del Monte de Sarnago, de quienes han heredado la belleza y el don de hacer fructificar la tierra, mediante el esfuerzo y el sudor de los hombres y de las mujeres que la trabajan.

4.- Pingar el mayo

¡Vítores Mayo, que te empinaron! Cosa de mozos que comienza días antes, en el monte, cortándolo del lugar donde él quiso nacer y portándolo a la plaza para, en ese árbol con razón sagrado como todos (¿alguien se ha fijado en el prodigio de un árbol saliendo de la tierra hacia el cielo?), rendir homenaje a los montes y celebrar la llegada del tiempo propicio para la recolección. Hasta verlo pingado, en mitad de la plaza donde tienen lugar los actos importantes de la vida común, se han tenido que unir muchas manos, actuar a una, cumplir las órdenes de quien dirige la pingada y, poco a poco, ver, con el alma en suspenso, cómo el recio tronco es dominado, sólo ese día del año, por la fuerza unida de los hombres. Después, tras el homenaje, el bosque volverá a ser objeto de respeto, como siempre. Durante un tiempo, el árbol-mayo permanecerá en la plaza. Y desde ella, mostrará a sampedranos y visitantes su fortaleza, que sólo podrá ser combatida por el fuego y, aún así, cumplirá su función última y definitiva.

4b.- Cuartetas

No son cuartetas, no son versos medidos, tal vez ni tan siquiera tengan origen antiguo como las propias móndidas, o la pingada del mayo. Son sentimientos en estado puro, vivencias o no, encargadas a alguien con tino para estos menesteres o escritas desde el talento de la moza, que de todo hay. El caso es que ellas, las protagonistas, ya sin el cestaño porque se ha hecho la ofrenda, las recitan o leen desde el balcón de los Ayuntamientos, poniendo en ello todo el empeño y la fuerza. Palabras sencillas que provocan la lágrima de los familiares y el aplauso de los presentes. Costumbre más o menos reciente, creada para redondear el rito, como unos Juegos Florales antiquísimos, pero sin connotaciones licenciosas, como en Roma, y sin premio, como en el Medioevo.

5.- Descubierta

Sobre bravos corceles, los gallardos ediles recorren la villa sampedrana simulando obedecer la antigua orden de los reyes castellanos, que obligaba a expulsar a todo aquel que tuviera por símbolo la media luna o la Maguen David. El sonido de los cascos sobre los adoquines traslada a tiempos pasados y estremece el alma del asistente. Las murallas controladas, vigiladas. Pero es un rito, nada más y nada menos. Al pasar ante las Móndidas, los caballeros se descubren, levantan el bicornio, saludo gentil, guiño indicador de la ausencia de peligro. Pendientes de ellas durante la ceremonia, las protegen de los azares legendarios, de supuestos reyes malvados, de sacrificios y de rescates, y ellas, agradecidas, les obsequian con las roscas azafranadas, con el trigo convertido en pan, portado en su hermoso cestaño, culminado por los arbujuelos, más tarde ofrendados a la diosa antigua.

6.-Jota

Jota, salto, baile, bote. Para participar en las fiestas del solsticio de verano de San Pedro Manrique y su tierra, es necesario, además de ser sampedrano, saber montar a caballo y saber bailar la jota. Y es de ver, en mitad de la plaza repleta de gente, con el mayo pingado, a los ediles con trajes de ceremonia, a las móndidas con vestidos de sacerdotisas, bailar al son de la jota que sale de los instrumentos sabiamente manejados por los gaiteros. Salto y vuelta de las gráciles muchachas, obligadas (y con mucho gusto), a bailar con quien lo solicite, seguidas por los ojos protectores de los hombres, atentos al paso. La jota, castellana, navarra o aragonesa, o todas juntas, presente en todas las fiestas sorianas, forma, en San Pedro y sus fiestas, parte del rito solsticial que ha traspasado fronteras. Es el cierre, el punto y aparte hasta el próximo año, de las recias y sentidas fiestas de un pueblo antaño trashumante, Villa de su Comunidad, cuyos montes siguen custodiando unos ritos que todavía mantienen mucho misterio, unos secretos recogidos gracias a los ecos que han impregnado las laderas de la Sierra.